16 diciembre 2010

Lectura 19 de Diciembre-Adviento

Este domingo abriremos nuestra mente y corazón para ser guiados y tomar caminos donde reine la lealtad, la ternura y la bondad con humildad y rectitud.
Esta festividad llena de alegría está dedica a la Virgen María porque ella concibió a su único Hijo por obra del Espíritu Santo y con ello hizo brillar sobre el mundo la luz eterna. Es momento de reconocer la autoridad de Jesús,  creer en él y en todo lo que implica su proyecto.
Una vez más nos reunimos, atendiendo al anuncio de la llegada de Dios. Se acerca la gran fiesta de Navidad, la fiesta del nacimiento de Jesucristo en Belén y en cada uno de nuestros corazones. Preparémonos a recibirlo reuniéndonos en torno a esta corona.
Este domingo es una especie de vigilia litúrgica de la Navidad. En él se anuncia la llegada inminente del Hijo de Dios. Se subraya que este niño que nacerá en Belén es el prometido por las Escrituras y constituye la plena realización de la Alianza entre Dios y los hombres.
La primera lectura expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Acaz desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos. Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yavéh y propone al rey una respuesta de fe y de confianza total en la providencia de Dios. El rey Acaz debía confiar en Dios y no aliarse con ningún otro rey. Sin embargo, el rey Acaz ve las cosas desde un punto de vista terrenal y desea aliarse con el más fuerte, el rey de Asiria. Entonces Isaías le dice: "pide un signo y Dios te lo dará. Ten confianza en Él", pero Acaz no lo acepta. Isaías se molesta y le ofrece el signo: "la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, que significa, Dios con nosotros". La tradición cristiana ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María.
De este modo comienza la alianza de Dios con los hombres, a través de Jesús que es Dios revestido en carne humana. Esta alianza encierra un plan maravilloso de salvación para la humanidad.
María y José: servidores fieles del plan de Dios:
En este domingo aparece también la figura de María, en quien se cumple el plan de salvación. Ella es la verdadera "arca de la alianza" en cuyo seno virginal se encarna el Verbo divino. Ella brilla por su disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo. La frase de María "Hágase en mí" ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una plena consonancia con las palabras del Hijo, que, según la carta a los Hebreos, al venir al mundo dice al Padre: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7).
¡Qué modelo de obediencia de fe a las palabras divinas! Aquello que había sido anudado por la virgen Eva, ha sido desatado por la Virgen María. Aquel abandono de fe que no supo dar el rey Acaz, se ve fielmente realizado en María que dio su pleno consentimiento a la acción de Dios. Por otra parte aparece José. El Evangelio nos dice que es el hombre justo. Conviene tomar esta expresión en su sentido bíblico. Justo es el hombre piadoso, profundamente religioso; el justo es el hombre siempre atento a cumplir en todo la voluntad de Dios. José advierte que en María se está cumpliendo algo extraordinario, comprende la acción del Altísimo, su cercanía y su santidad, comprende también la indignidad de estar en la presencia de Dios. Es la misma experiencia de Moisés, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel. El ángel lo conforta, lo confirma en su misión de custodio de la Sagrada Familia, le habla de la grandeza del Hijo que nacerá de María. Y José acepta con sencillez la revelación de Dios y se somete filialmente aunque no comprende todo el plan de Dios. Se confió en las manos de Dios.
José y María dan un sí al plan de Dios en sus vidas. Ellos parecen una metáfora de la responsabilidad que cada uno tenemos en descubrir y asumir la voluntad de Dios y la manera de cómo actúa a través de mediadores concretos, para el beneficio de la misma humanidad. Decir sí a la voluntad de Dios es decirle sí a dejar nacer en nosotros a aquél que nos trae justicia.
Primera Lectura. Lectura del libro del profeta Isaías (7, 10-14)
En aquellos tiempos, el Señor le habló a Ajaz diciendo: “Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo o de arriba, en lo alto”. Contestó Ajaz: “No la pediré. No tentaré al Señor”.
Entonces dijo Isaías: “Oye, pues, casa de David: ¿No satisfechos con cansar a los hombres, quieren cansar también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.
Salmo Responsorial Salmo 23. Ya llega el Señor, el rey de la gloria.
Del Señor es la tierra y lo que ella tiene, el orbe todo y los que en él habitan, pues él lo edificó sobre los mares, él fue quien lo asentó sobre los ríos.
¿Quién subirá hasta el monte del Señor? ¿Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso.
Ese obtendrá la bendición de Dios, y Dios, su salvador, le hará justicia. Esta es la clase de hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de Jacob.
Segunda Lectura. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos (1, 1-7)
Yo, Pablo, siervo de Cristo Jesús, he sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio.
Ese Evangelio, que, anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras, se refiere a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos.
Por medio de Jesucristo, Dios me concedió la gracia del apostolado, a fin de llevar a los pueblos paganos a la aceptación de la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos, también se cuentan ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús.
A todos ustedes, los que viven en Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a la santidad, les deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (1, 18-24)
Gloria a ti, Señor.
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo.
José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto. Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.
Se dice Credo.
Oración de los Fieles. Celebrante:
Sabiendo que no quedaremos defraudados porque esperamos en el Señor que pronto viene a salvamos, oremos al Padre con confianza, y supliquémosle que bendiga a toda la familia humana. Digamos con fe:
Ven, te esperamos, Señor.
Para que la inminente llegada de la Navidad disponga el corazón de los responsables de las naciones y pueblos, para promover la justicia desde la paz y el entendimiento.
Oremos al Señor. Ven, te esperamos, Señor.
Para que el anuncio de la Buena Noticia de la salvación llegue a los que aún no han oído hablar de Jesús, y para que, sintiéndose amados por Él, se incorporen con alegría a su pueblo santo.
Oremos al Señor. Ven, te esperamos, Señor.
Para que la entrada de Jesús en nuestro mundo humanice las relaciones entre los esposos, purifique el amor de los que se preparan al matrimonio, y bendiga a todas las familias, especialmente a las que sufren la enfermedad, la división o la pérdida de sus miembros.
Oremos al Señor. Ven, te esperamos, Señor.
Para que cuantos han dejado este mundo, anhelando el Reino eterno, gocen ya de su plenitud, y para que los que han muerto sin esperanza, sean incorporados, por nuestra oración fraterna y los méritos de esta Eucaristía, al pueblo glorioso de Dios.
Oremos al Señor. Ven, te esperamos, Señor.
Para que, alimentados por el Cuerpo y la Sangre del Señor, al igual que María, dejemos que se encarne en nuestras vidas, y nos haga imágenes vivas de la suya.
Oremos al Señor. Ven, te esperamos, Señor.

Prefacio de Adviento IV
En verdad es justo darte gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva.
Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro salvador.
Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Oremos:
Tú que nos has dado en este sacramento la prenda de nuestra salvación, concédenos, Padre todopoderoso, prepararnos cada día con mayor fervor para celebrar dignamente el nacimiento de tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
En esta última semana de adviento, revisemos nuestra vida y cómo nos estamos preparando para conmemorar el nacimiento de Jesús; no caeremos en la identificación de la navidad con el consumismo. Vivamos en solidaridad con los pobres. Que nuestra vida personal y grupal sea fiel reflejo del amor del Padre manifestado en su Hijo. Que la Navidad deje en nosotros frutos de una conversión sincera y de una adhesión incondicional a los planes de Dios.
Oración comunitaria
- Padre bueno y misericordioso, cuando hacemos nuestra propia voluntad nos perdemos, se diluye el sentido de nuestra vida y arrastramos a muchos a la perdición; que al contemplar hoy a María y José obedientes a tu voluntad, sintamos también nosotros el placer y la necesidad de adherir a Ti nuestro ser y nuestra voluntad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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