10 diciembre 2010

Lectura 12 de Diciembre-Adviento

Tercer Domingo de Adviento. Ayuda y servicio a los necesitados. Sembrar la esperanza.

El mensaje de la lectura de hoy es que merece la pena esperar, hay que esperar, debemos esperar, porque viene nuestro Dios, lo cual significa estar a la espera de lo que nos plenifique, nos llene y nos libere totalmente. Esperamos a Dios, lo que nos lleva a vivir desde ahora la alegría de la cosecha sin abandonar la tarea, a menudo dura, de ayudar a que nazca la semilla que ha sido sembrada.

Ya viene el rey, el Señor de la tierra. Con fe y pureza en el corazón preparémonos para la llegada de Jesús quien traerá alegría, justicia, misericordia, verdad, y paz. Abriremos nuestro corazón no a las cosas pasajeras sino a los bienes eternos, ahí estará nuestra fortaleza y la victoria nos acompañará por siempre.

La lógica de Dios no es una lógica de marginación de los pequeños, por el contrario, se trata de buscar la unidad a pesar de las diferencias. Todos somos importantes en su proyecto de igualdad y de justicia. Miremos hoy en nuestro entorno y seamos bondadosos y compasivos con aquellos que son olvidados y marginados, con quienes viven sin esperanzas, en la tristeza; ayudemos a los más necesitados sin olvidar que la mejor ayuda no es solo material, sino también la espiritual.
Aprendamos a amar la pureza, la belleza y la sencillez.

Inmaculada Concepción de Santa María Virgen. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales.

Esta semana recordaremos cuando el ángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret, a visitar a la virgen María desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.
María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?”
El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”.
María contestó: “Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia.


“El Reino de los cielos exige esfuerzo, y los esforzados lo conquistarán. El que tenga oídos que oiga”.
La liturgia del Adviento nos introduce la figura de Juan el Bautista, Juan es Elías que anuncia la llegada del Mesías. No hay profeta más grande que él, porque él es quien abre la puerta a Jesús, el esperado, el Hijo de Dios, quien proclama el reino de Dios. En Juan Bautista toman rostro concreto las esperanzas del pueblo, es el tiempo de la salvación. Aprendamos a abrir nuestros corazones, del mismo modo que Juan abrió las puertas a Jesús.
Juan no vaciló en anunciar y señalar, con humildad, a Jesús como único camino de salvación; no tuvo temor de denunciar con valentía las injusticias e impiedades del pueblo y de los líderes civiles y religiosos. El reino lo conquistan los esforzados.


Ya viene el Señor, salgamos a su encuentro; él es el príncipe de la paz.

En lo pequeño es donde más habla Dios al hombre. En los que luchan por la justicia y la dignidad de las personas con un compromiso diario es donde se presencia con mucha fuerza el Espíritu de Dios.

Oremos:
Mira, Señor, a tu pueblo que espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (35, 1-6.10)
Esto dice el Señor: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes.
Digan a los de corazón apocado:
‘¡Animo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos’.
Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

Salmo Responsorial Salmo 145
Ven, Señor, a salvarnos.
El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo.
Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado.
A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente. Reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos.

Segunda Lectura        
Lectura de la carta del apóstol
Santiago (5, 7-10)
Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías.
Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca.
No murmuren, hermanos, los unos de los otros, para que el día del juicio no sean condenados. Miren que el juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de paciencia en el sufrimiento a los profetas, los cuales hablaron en nombre del Señor.


Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (11, 2-11)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no
se sienta defraudado por mí”.
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan:
“¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él”.

Se dice Credo.

Oración de los Fieles
Celebrante:
Demos gracias a Dios que nos augura un porvenir de esperanza y prosperidad, y recojamos la voz de todos los que en su angustia, dolor o necesidad le reclaman y digámosle:
Ven, Señor, y sálvanos.
Para que la Iglesia prepare el camino de Jesús, que viene a nuestra tierra con un anuncio vivo y comprometido de su mensaje, cuestionando la mediocridad, desafiando las estructuras injustas, animando a los cansados y anunciando un ya cercano porvenir de esperanza y paz.
 Oremos al Señor que viene.
Ven, Señor, y sálvanos.
Para que la voz de los pastores y agentes de pastoral de la Iglesia se alce para anunciar, desde el compromiso con los más pobres, la llegada del Reino y su justicia.
Oremos a nuestro libertador.
Ven, Señor, y sálvanos.
Para que el clamor de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres que carecen de lo necesario para vivir con dignidad, alcance de Dios la liberación que no les llega de ninguna parte, y un día sea acogido por los organismos internacionales y por la caridad de los cristianos.
Oremos al Príncipe de la Paz.
Ven, Señor, y sálvanos.
Para que, como María, los cristianos nos preparemos para acoger al Señor en nuestro corazón y, como Ella, hagamos lo que El nos dice.
Oremos al Dios
de la vida.
Ven, Señor, y sálvanos.
Para que con nuestra solidaridad y servicio fraterno anunciemos la buena noticia de la salvación, y no defraudemos el nombre que llevamos de seguidores de Cristo.
Oremos al que viene de parte de Dios.
Ven, Señor, y sálvanos.
Para que en este tiempo de adviento, quienes celebramos nuestra fe en Cristo que se hizo hombre, sepamos vivir en la búsqueda apasionada de la verdad que salva y la vida que nos santifica.
Oremos al Dios hecho hombre.
Ven, Señor, y sálvanos.

Celebrante:
Gracias, Padre, porque nos escuchas y porque nos das tu Espíritu para aguardar con paciencia la venida de nuestro Salvador; danos tu fuerza para mantenernos firmes en la verdad, y abre nuestros ojos para reconocerte presente en nuestras vidas.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Oración sobre las Ofrendas
Oremos:
Te pedimos, Señor, que este sacrificio, signo de nuestra total entrega a ti, te sea ofrecido siempre para que realice la intención que tuviste al instituir este sacramento, y lleve a cabo plenamente en nosotros tu salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio de Adviento III. Cristo, Señor y juez de la historia
Es justo y necesario.
En verdad es justo darte gracias, es nuestro deber cantar en tu honor himnos de bendición y de alabanza, Padre todopoderoso, principio y fin de todo lo creado.
Tú nos has ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y juez de la historia, aparecerá, revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo.
En aquel día terrible y glorioso pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.
El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino.
Por eso, mientras aguardamos su última venida, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...

Antífona de la Comunión
He aquí que vendrá nuestro salvador, ya no tengáis miedo.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Que esta Eucaristía nos purifique, Señor, de toda mancha y nos prepare así a celebrar dignamente la Navidad ya próxima.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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