19 noviembre 2010

­Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?” (Sal. 22:1-2).
Estas palabras fueron dichas por Jesús antes de su muerte y existe un gran misterio alrededor de ellas. ¿Expresan que Cristo fue desamparado por su padre en el momento más terrible de su muerte?
En momentos de aflicción sentimos que Dios nos abandona, lo cual deberíamos saber que no es cierto. Una y otra vez Dios deja claro que nada nos separa de su amor el cual está en Cristo Jesús.
Al respecto existen varias hipótesis una de las cuales plantea que ese abandono que sintió Cristo en la cruz fue real y se justifica bajo el hecho de que Dios es limpio de ojos para ver el mal (Habacuc 1:13) y que al Jesús estar cargando nuestros pecados no podía comulgar con Dios durante ese penoso período. De hecho en las escrituras está plasmado que es el único momento en que Cristo no se dirige a Dios llamándolo Padre.
Otra hipótesis plantea que antiguamente cuando se recitaba un Salmo, solo se escribían las primeras palabras y ya quedaba claro que se recitaba completamente, entonces se asegura que Jesús dijo el Salmo 22 completo el cual concluye con un canto de victoria y no con un grito de frustración y dolor por un supuesto abandono de Dios. Se expresa así que su clamor fue de agonía y no de duda; pues él de antemano sabía que eso iba a suceder. Si se hubiera sentido realmente desamparado no hubiera clamado a Dios quien supuestamente lo habría desamparado.
Cristo no está preguntando la razón de su desamparo, sino expresando su angustia por la extensa duración de esta agonía. No podemos olvidar que la naturaleza humana de Jesús era realmente humana. Y es como Hombre que Él está clamando aquí: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado por tanto tiempo? ¿Cuántas horas más debo soportar esta agonía?
Ya llevaba casi seis horas en este suplicio, y él sabía perfectamente que aquello no iba a terminar hasta que bebiera la última gota de esa copa de la ira divina. Así que este no es grito de duda, sino el clamor de un alguien que está atravesando por el más intenso sufrimiento que hombre alguno haya experimentado jamás. Por eso continúa librando esta batalla en oración, clamando a ese mismo Dios que lo había desamparado.
Esa es una de las características más impresionantes del Salmo 22; comienza con un grito de desamparo, pero a cada estrofa del Salmo que describe los sufrimientos del Salvador, le sigue inmediatamente una oración a Dios.
Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel. En ti esperaron nuestros padres; esperaron, y tú los libraste. Clamaron a ti, y fueron librados; confiaron en ti, y no fueron avergonzados” (vers. 3-5).
Aunque en ese momento su oración no parecía estar siendo oída, Él sabía que Dios tenía una buena razón para su dilación, y que en el momento oportuno sería librado, como lo hizo con Su pueblo en tantas ocasiones.
Y Su oración fue respondida. Al tercer día se levantó victorioso de la tumba y hoy está sentado a la diestra de Dios intercediendo por los Suyos.
Basado en: Todo pensamiento cautivo. Sugel Michelén.

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